24 de enero de 2011

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Tirada en la carretera desierta, había una única moneda.
Era brillante y ligeramente gruesa, algo más grande que las monedas normales.
La tipografía era antigua y la efigie tosca.

Ahí estaba la moneda, lanzada desde una época remota hasta aquella desierta carretera.
Sólo una persona que pasara por allí y con la vista agudizada por los sentidos casi oníricos del destino, podría percatarse y parar junto a ella.

Era muy tarde, el sol se encontraba en ese punto en el que los desorientados no saben si amanece o anochece, y la moneda esperaba con su tosco rostro impasible, a que alguien se agachara y la meciera en sus bolsillos.

Y ahí estaba, un ford fiesta plateado de matriculación antigua. La velocidad, el destino, la agudeza visual o un cúmulo de todas estas cosas, hicieron que el ford fiesta frenara justo en el momento preciso.
Su ocupante, una mujer de rostro marcado por la edad, salió del coche y se dirigió hacia aquello que tanto brillaba.
Iba sola, el sol se ocultaba disipando las dudas de los desorientados, no había nadie en la carretera. Ella lo sabía, por eso paró justo en ese tramo.
Sabía que ahí estaría la moneda.
Tal vez su yo consciente no lo supiera, pero su yo inconsciente, ese del que tanto presume por su intución, le hizo coger el camino más largo, el más apartado de la civilización.

Miró al suelo sin ver; hasta que sus ojos se toparon con aquella moneda. Se agachó con tremendo esfuerzo, pues tenía la espalda algo desgastada por la edad, y recogió la moneda con cierto reparo; como si estuviera sucia, la restregó en su jersey de punto y, estirando su brazo en paralelo a su mirada, la observó con detenimiento.

Era una moneda dorada, con una tipografía antigua, un rostro tosco la observaba de reojo y con, lo que se podía deducir, media sonrisa.
La moneda brilló al alzarse la luna, ¿cuánto tiempo estuvo allí de pie, mirando una simple moneda antigua? No lo sabía, nadie lo supo.


A la mañana siguiente encontraron un ford fiesta estacionado en una carretera comarcal, la puerta del conductor abierta, las luces encendidas, el chivato emitiendo neutros pitidos de aviso... No había mujer. No había moneda.

~ Fin

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